En la colonia penitenciaria
de Franz Kafka
video instalación teatro musical
ópera de Guillermo Vega Fischer instalación de Nacho Riveros y Pablo Archetti
para bajo, barítono, piano, clave, vibráfono, tres máquinas de escribir y electrónica.
Intérpretes: Oficial (Bajo) Nicolás Foresti – Ladislao Hanczyc / Explorador (Barítono) Guillermo Vega Fischer – Luis de Gyldenfeldt
Operador I (Iluminador) Nacho Riveros / Operador II (Técnico en visuales) Pablo Archetti
Asistencia escénica: María Aguirregomezcorta / Fotografía: Sol López / Sonido: Adolfo Soechting / Iluminación: Nacho Riveros / Visuales: Pablo Archetti / Instalación: Pablo Archetti y Nacho Riveros / Piano: Victoria Gianera / Clave: Lorena Torales – Guillermo Vega Fischer / Vibráfono: Santiago Kuschnir / Dirección musical: Lorenzo Guggenheim – Nicolás Duna – Luis Tomás Nesa Zavala / Composición, adaptación y dirección escénica: Guillermo Vega Fischer
Estreno 24 de julio de 2016
La obra cuenta con los apoyos del Instituto Nacional del Teatro, Fondo Nacional de las Artes y Proteatro y participó de la Fiesta CABA del Instituto Nacional del Teatro.
Síntesis argumental
Un viajero (un posible representante de un país extranjero) de visita en una colonia penitenciaria es invitado por su nuevo comandante a presenciar una ejecución. Ésta se efectúa mediante una máquina, inventada por el antiguo comandante ya fallecido, que por medio de un sistema de agujas y tinta graba en la piel del reo el texto de la ley quebrantada durante horas hasta que se produce la muerte. El oficial, único sostenedor y operador del aparato, aprovecha la particular visita e invitación, para describirle al extranjero detalladamente el funcionamiento de la máquina, y finalmente para persuadirlo de que interceda ante el nuevo comandante de la colonia quien, contrario a semejante herramienta de tortura, niega seguir suministrándole los fondos necesarios para su mantenimiento. Ante la negativa del viajero a hacerlo, el oficial ordena al soldado que retire al condenado del aparato, se introduce él y muere de forma inmediata mientras éste se descompone.
“Entrar en la máquina, salir de la máquina, estar en la máquina, bordearla, acercarse a ella, todo eso también forma parte de la máquina.”
Por una literatura menor. Deleuze y Guattari, México, Era, 2001: 17.
FRANZ KAFKA Y LA MÁQUINA DE ESCRITURA
A fines de 1914 Franz Kafka escribe En la colonia penitenciaria, relato que, orgánico a su corpus literario, desarrolla los temas que obsesionaron al escritor de Praga: la justicia y las jerarquías, ambas atravesadas por lo arbitrario y lo absurdo, pero minuciosamente legisladas de modo tal que asuman las apariencias de lo verosímil y lo posible, a la vez que se constituyan en principio inapelable frente al cual fracasen trágicamente todos los intentos de la razón o el buen sentido. Para el oficial, que asume los poderes de juez y ejecutor, “la culpa es siempre indudable”.
Dentro del proyecto kafkiano existe, en primera instancia, el objetivo de definir lógicamente aquello que por su naturaleza misma es irracional, inhumano, con frecuencia salvaje: conocía bien la burocracia de la monarquía austríaca, ese enorme aparato simulador de justicia, de jerarquías cristalizadas e inmutables. Esas mismas jerarquías son las que Kafka define, en su literatura, como una pirámide en cuya cúspide reside el inapelable y desconocido Tribunal Supremo. Y en esa postulación de existencia -la del Tribunal Supremo- residen los resortes y las trampas de la arbitrariedad y el absurdo. ¿Cómo podríamos comprender los designios de Dios-máquina, ese jefe absoluto que como consecuencia está ausente y es incomprensible? A través del sometimiento a la más visible manifestación de la autoridad: el castigo. Y a su vez, ¿cuál sería el más perfecto modo de efectuar ese castigo? mediante el mejor medio que encontró el hombre (particularmente el judío, como Kafka) para volver presente y comprensible a ese dios: la escritura y la palabra.
Surge entonces otro tópico recurrente en la literatura de Kafka: el del poder de la palabra y la escritura. Justamente, la palabra y la escritura son los signos inequívocos de la jerarquización: en este relato el condenado y el soldado carecen de palabra, mientras que el oficial y el explorador no solo la poseen (son los únicos que hablan) sino que tienen la capacidad de ejecutar la condena mediante una tortura que inscribe (con una “máquina de escribir”) sobre la carne la norma que se ha violado. El condenado no sabe por qué será castigado, pero lo aprenderá en su propio cuerpo y hará en él una lectura de la sentencia. “El lenguaje ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y hacer que se obedezca” (El Anti-Edipo, capitalismo y esquizofrenia, de Deleuze y Guattari, Buenos Aires, Paidós. 1985: 81). Castigo y palabra son lo mismo: dios, jerarquía y poder. La máquina descrita por Kafka recuerda la sociedad disciplinaria descrita por Foucault. Foucault muestra esa máquina disciplinaria no como máquina de castigo, sino como máquina de formación, conformación, aprendizaje y enseñanza, con una técnica de inscripción semejante a la planteada por Kafka, ya que el sujeto aprende con su cuerpo, pues las sentencias se inscriben en su espalda.
Partimos entonces de algunas de las interpretaciones habituales de la literatura kafkiana (con las que acordamos), para concluir en la relectura que Deleuze hace de la obra de Kafka en su ensayo Por una literatura menor, sustentada sobre uno de los paradigmas de su pensamiento, desarrollado en El Anti-Edipo: el inconsciente como máquina-fábrica de producción de deseo (desdeñando los conceptos freudianos de inconsciente como un teatro, y de deseo como carencia de algo, carencia de objeto real).
La colonia penitenciaria, máquina burocrática de castigo, contiene al aparato, absurda máquina de escritura y tortura. En la obra de Kafka el deseo del hombre es impedido por la máquina social, máquina edípica que siempre ha entendido el deseo del hombre como carencia de algo. El deseo del hombre es impedido por el deseo de la máquina capitalista, deseo del hombre sometido, deseo y hombre sometidos, que sólo pueden gozar de su propia sumisión, pues el deseo de la máquina se impone y se propaga ante la sumisión; es deseo que juzga y condena. Salir de una máquina a otra monótonamente, en una fila burocrática de los estados del deseo. Proceso constante del deseo; el hombre como máquina deseante. Hombre que se mueve por el mundo deseando absurdamente, kafkianamente. Máquinas absurdas de deseo. Universo visto como una concatenación de máquinas deseantes, adheridas a una gran maquinaria de lo micro a lo macro, de las partes a un todo.
Explorador, oficial, soldado y condenado como engranajes u órganos de la máquina, burocráticamente concatenados, imponiendo unos a otros sus deseos, sus juicios y castigos. Son seres vivos uniformados, cuerpo de funcionarios, operadores o ejecutantes del dispositivo maquinal, técnicos empleados de la burocratización capitalista. “Los hombres son ellos también piezas de la máquina, la posición del deseo (Hombre o animal) en relación a ella. ‘En la colonia penitenciaria’ la máquina parece tener una sólida unidad, y el hombre se introduce totalmente en ella: quizás sea eso lo que provoca la explosión final, el despedazamiento de la máquina.” (Deleuze y Guattari, 2001: 17) Engranajes de una máquina superior, la de tortura, y ésta de la colonia penitenciaria, y ésta, de otra, y otras máquinas… máquinas binarias en un régimen asociativo, máquinas deseantes; y más que deseantes, absurdas, pues sólo funcionan estropeándose sin cesar. “La máquina es muy compleja, de vez en cuando algo debe romperse o descomponerse” (Kafka, 2000: 191).
Críticas:
Noelia Pirsic – Diario La Nación / Blog de la obra / Fanpage / Alternativa Teatral